miércoles, 11 de febrero de 2009

Lo pornográfico no quita lo delincuencial: Una invasión por las pistas electrónicas


Prostitución y pornografía no son lo mismo aunque, en general, se hallan íntimamente ligadas en cuanto quienes se dedican a la pornografía suelen ejercer la prostitución. Pero no al revés. De hecho, entre una y otra existe una relación etimológica porque pornografía proviene del griego porne que significa prostituta, y grafo, describir. Lo que caracteriza lo pornográfico es el carácter obsceno de ciertos escritos, obras, representaciones y relaciones que presentan la sexualidad con toda crudeza, buscando la excitación del lector o espectador.


En la pornografía existe una intencionalidad clara de demostrar de manera excesivamente cruda y explícita la sexualidad, sacándola de su intimidad y privacidad para transformarla en vergonzosa. Rompe el misterio del placer y del goce con la pretensión de volverlos obvios y tangibles; se deteriora lo erótico y sensual del cuerpo al convertirlos en elementos de indecencia y violencia en tanto rompen con ciertos principios culturales que gobiernan la sexualidad.
El material obsceno despoja a la sexualidad de sus elementos tiernos y la viste de una violencia francamente ofensiva, con la intención de destruir los valores personales y sociales.
Aunque su presencia en el mundo es casi tan antigua como la prostitución, sin embargo su edad de oro, si vale la expresión, es ésta, la segunda mitad del presente siglo.
Los adelantos tecnológicos en las comunicaciones han facilitado la extensión de la pornografía, la mayor producción de inimaginables materiales pornográficos. Por ejemplo, en las ciudades de los Estados Unidos existen más centros de venta y distribución de material pornográfico que restaurantes McDonald's.
Se ha producido una explicitación de la ornografía, aparentemente legitimada por los cambios importantes que se han dado respecto a la sexualidad. Existen radioemisoras que incluyen mensajes claramente indecentes e inclusive obscenos. Se han construido redes internacionales de teléfonos a los que las personas llaman para recibir mensajes obscenos. En todos los países, vía TV-cable, se exhiben películas llamadas de mayores y que son pornográficas. A esto se ha unido la utilización del Internet para el tráfico de programas y mensajes pornográficos.
Las leyes condenan la pornografía destinada a menores de 18 años. Si embargo, en todos los países de occidente, son precisamente los muchachos de 12 a 17 años los mayores consumidores de la pornografía. Para este grupo, la pornografía posee dos destinos fundamentales-: la información y la excitación. De hecho, a partir de los dos últimos años de primaria, tanto las chicas como los muchachos llevan revistas pornográficas como elemento informativo sobre sexualidad. Y tanto más lo hacen cuanto más el sistema educativo se resiste a hablar sobre la sexualidad. Pero no sobre una sexualidad que se agota en la anatomía y fisiología, sino una sexualidad que tome en cuenta sus aspectos lúdicos, placenteros y culturales.
Probablemente, lo más grave de la presencia masiva de la pornografía es la inclusión de los niñas y las niñas. En primer lugar, pese a las persecuciones legales, cada vez más se los utiliza para la producción de material pornográfico. Como este material prohibido posee una gran demanda, se han establecidos redes internacionales de producción y tráfico similares a las de las drogas. En todos los países, pero de manera muy particular en los países de Indochina, se compra o se rapta a niñas y niños para luego destinarlos a producción pornográfica y a la prostitución.
El acceso de niños y niñas a cualquier clase de material pornográfico es ofensivo a su identidad. De alguna manera, se trata de una auténtica violación puesto que se atenta contra la realidad de su vida sexual que no es comprable a la de los adolescentes o adultos; se les deja sin las expectativas de su sexualidad infantil y, sobre todo, se destruye su mundo imaginario y mágico en el cual crece y se desarrolla su sexualidad.
La verdad es que cada día aumenta el número de niñas y niños expuestos de manera directa a lo pornográfico, ya sea porque los adultos permiten hacerlo o bien porque ellos mismos lo hacen utilizando la televisión y el Internet.


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